miércoles, 21 de marzo de 2012

Primeros recuerdos de infancia

Baby hugging bunny- Diana Evans
Son curiosos los primeros recuerdos. No tienen una continuidad sino que son meros retazos. No obstante, resultan tan vivos como si hubiesen ocurrido ayer mismo, aunque hayan transcurrido 40 años. No tengo memoria de mi época canadiense, salvo por referencias, ya que regresamos a España antes de nacer hermanísima, con la que me llevo menos de año y medio. Mis primeros recuerdos se remontan por tanto al tiempo en que nació hermanísima y en el que vivíamos en el piso de Alonso Cano. Como era muy pequeña, mi vida transcurría a ras de suelo y, supongo que es por eso, por lo que me acuerdo tan bien de la preciosa tarima de madera reluciente, casi bruñida, de aquella casa. Sé que la habitación donde dormíamos hermanísima y yo estaba enfrente de la de nuestros padres, porque algunas mañanas del fin de semana nos íbamos allí a ver si nos dejaban jugar en su cama un rato con ellos. Hacíamos una tienda que nos cubría las cabezas con las sábanas y mi padre nos hacía cosquillas que nos hacían removernos de la risa.

Cuando me tocó la fase de terrores nocturnos, recuerdo levantarme una noche toda esperanzada con la idea de refugiarme bajo la protección de mis progenitores. Les expliqué mi sueño: mi cama flotaba en medio del universo mientras viajaba entre "estrellitas" que subían y bajaban a mi alrededor a gran velocidad. Las veía tanto con los ojos abiertos como cerrados. No les debió de parecer un sueño los suficientemente aterrador y me enviaron de vuelta a mi dormitorio con la recomendación de que me protegiese hermanísima, que contaba con un año de edad y roncaba feliz y tranquila en su cuna, al lado de mi cama. El universo se transformó momentáneamente en un océano, con la sensación de estar sumergida entre extrañas ballenas y aún más extraños tiburones y monstruos marinos. Aquel mar me asustó mucho menos que la idea de errar perdida en el universo. Hermanísima seguía felizmente dormida entre los peces, por lo que no supuso un gran apoyo. El sueño de las estrellitas fue mi pesadilla recurrente durante la infancia. Descubrí que si agarraba mi osa rosa de peluche, me tranquilizaba.

En aquella casa teníamos una vecina  un par de años mayor y que, a esa tierna edad, me parecía toda una adulta. Vivía un par de pisos por debajo del nuestro y en un cumpleaños le regalaron un tocadiscos, de color amarillo que me impresionó cuando nos lo enseñó. Es otro de esos retazos que conforman mi memoria de esa época, supongo que porque me pareció un regalo de "mayor".

Había una farmacia en nuestra calle, con una cruz verde que me llamaba la atención. Me fijé por primera vez en ella una tarde de verano, mientras paseábamos. Yo llevaba puesto un mono sin mangas y de pantalón corto, de una tela como de toalla, fina y aterciopelada, con una cremallera de metal en la parte delantera con una arandela para subirla y bajarla. Me encantaba aquel mono, era comodísimo y, en mi opinión, su precioso color azul-verdoso aguamarina, que vuelve a llevarse esta temporada, me parecía de lo más favorecedor. Me sentía feliz vestida con él.

No se me olvida el miedo que pasé el día que me pusieron la vacuna de la viruela. Nos llevó mi padre, así que pensé que debía de tratarse de algo importante. Iba de su mano y casi volaba sobre el suelo. Mi progenitor siempre ha caminado a buen ritmo y, el tener agarrado a un chiquillo, lo único que suponía es que el niño tenía que correr. Cuando llegamos allí oí como un crío daba alaridos detrás de la puerta cerrada. Lógicamente, el sonido me tranquilizó mucho, no obstante, la figura paterna me imponía demasiado como para atreverme a emitir ni media queja. Entré a continuación, sin aliento tras la carrera y temblando de la cabeza a los pies. Vi cómo pasaban sobre una llama azul una gran aguja, larga y negra. Me la acercaron. Pensé que me quemaría pero la mirada de mi padre bastó para que no me moviese. Me rasparon con ella la piel, aunque no lo asocio con ningún tipo de dolor. No sé si el miedo me tenía paralizada e insensibilizada. A partir de ahí se terminan las imágenes y el nudo del estómago.

"Snow White" Gustav Tenggren
Me acuerdo de la primera vez que fui al cine. Era una sala que estaba cerca de casa. La película era Blancanieves. La imagen de la bruja perseguida por los enanitos hasta despeñarla me sobrecogió y se me grabó en las retinas. Recuerdo la sensación de terror, inmóvil en el asiento, boquiabierta (ese gesto era propio en mí), totalmente abstraída por la escena. Deseaba que alcanzasen a la bruja pero, al mismo tiempo me daba miedo que lo consiguieran. La malvada madrastra lanzaba rayos para destruir a los enanitos y, quién sabe, qué podría hacerles si la atrapaban. Aún puedo ver en pantalla grande la caída por el precipicio, arrastrada entre las rocas, iluminada por los relámpagos y rodeada por la capa negra. Recuerdo la mezcla de alivio y espanto que me invadió entonces. Después de aquello, al pasar por el cine, siempre me fijaba en el gran cartel que anunciaba la película que exhibían. La siguiente que vi fue Fantasía. Por entonces no me gustó. Nadie me había explicado que se trataba tan sólo de una animación basada en la música, así que me pareció que la trama no tenía un hilo conductor con el que seguir la historia. Después de la emocionante Blancanieves mi opinión crítica de Fantasía fue que era un rollo. Como secuela de aquello, durante muchos años tuve encima de la cama un póster de la película con Blancanieves en brazos del príncipe. Es innegable que, esa imagen, tuvo una gran influencia en mis expectativas románticas.


6 comentarios:

Javier dijo...

¡Hola prima!
Uno de mis primeros recuerdos está relacionado también con los sueños, pero de otra manera. Una mañana mi madre y mi hermana me preguntaron qué había soñado esa noche. Debía ser muy pequeño porque nadie me había explicado qué era eso de soñar, así que contesté lo primero que vi dibujado en el fondo del plato del desayuno: "un pollito y un pajarito". Y me quedé tan ancho.
Muchos besos.

Pacuelo dijo...

Mis primeros recuerdos vienen de Valladolid. Un día que estábamos en "El Poniente", un parque cerca de casa, jugando entre la hierba mi pequeño pie se perdió entre la caca de un perro que no debía ser un caniche precisamente, ¡qué tiempos!
Besosss

Carmen dijo...

¡Yo también me acuerdo del mono de tela de toalla! Me imagino que era el tuyo unos cuantos años después. Lo recuerdo en Zaragoza y era muy suavecito y cómodo. También recuerdo al hermanísimo al fondo del pasillo de Zaragoza con el pijama rojo y siempre llorando ¡creía que era el demonio! Tampoco olvidaré cuando te abriste la frente con el plato de la fuente y lo de la vacuna de la viruela (acuerdaté que me la tuvieron que poner varias veces porque no me dejaba ¡menuda cicatriz tengo!

Elvira dijo...

Jajajajaja! Y luego que la niña no abre la boca en dentista! Yo recuerdo un día que vinisteis a decirme lo bien que había coloreado unos dibujos, siempre pensé que lo había hecho uno de vosotros porque era imposible que no me hubiera salido...... Nunca sabré si fui yo, pero me daba igual, me hacia mucha ilusión tanto lo uno como lo otro!

Javier dijo...

Yo también quiero relataros mi primer recuerdo con el cine. Mi cine de barrio no era un cine, sino un teatro. Y lo normal era que un grupo de aficionados se subiera a las tablas a entretener a la gente menuda, los domingos y fiestas de guardar. Payasos, magos, canciones infantiles, en Navidad "Els pastorets"... Lo raro era que en ese cine proyectaran películas. Un domingo que sí hubo cine de verdad, mis hermanas mayores que yo me llevaron a ver mi primer film después del consejo materno, "si un desconocido os da un caramelo, no lo cojáis"... Empieza la pelicula y mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que en el escenario, la peli era del oeste, había trenes, caballos, vaqueros e indios. ¡Flechas, disparos!. -¡Sacadme de aquí!, les decía mis hermanas, ¡que nos van a matar! A los tres minutos de mi primera experiencia cinematográica tuvieron que llevarme a casa, preso del terror y del llanto. ¿Cómo pudieron meter a toda ese gente,vaqueros, indios, caballos y trenes en ese escenario tan pequeño? Nunca lo sabré.

J. Comas dijo...

He visto que hay otro Javier, ¡lo bueno abunda!, el del cine de indios es J Comas. Un saludo!